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Sigo
mi camino y voy bajando el vodka mientras escucho la voz ronca de Leonard Cohen
(different sides), asfalto y andenes,
miradas lejanas, extrañamiento, la noche cerrándose sobre Bogotá, siento tibio
mi cuerpo, hay un buen presagio de que todo irrevocablemente se solucionará
esta noche, y que con la llegada del alba en conspiración, la luz se extinguirá
en mí, las preguntas están echadas como dados a la suerte, y los últimos
testigos de mi existencia ni cuenta se darán; pero irreductiblemente algo, como
lo sucedido con la caja musical, suscitará en ellos preguntas innombrables que
resonarán intermitentes a lo largo de sus vidas.
Sigo
andando y las luces de los automóviles me encandilan, los cuerpos de las
personas me evaden y el sopor empieza a colarse en mis ropas, me quito los
audífonos y los cuelgo sobre mis orejas, lo que me permite discernir entre la
música y los sonidos de la noche, me llevo la botella a la boca, todo
sincronizado con los pasos; y es justo en el cruce de una calle hacia un
pequeño parque, que sale al encuentro un perro, mediano, entre amarillo y
negro, de pelo lacio y sucio; yo paro y él se queda mirándome por un largo
rato, veo en la órbita de sus ojos cristalinos, cómo el negro profundo de su
pupila se extiende cobijando todo mi cuerpo y lo que me rodea.
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