¿POR QUÉ LA GENTE SE SUICIDA ?
LA OTRA VERSIÓN
Jairo Cardona
En
este escrito se quiere tomar distancia de la definición clásica de “suicidio”,
para acercarnos a la mirada del sujeto. ¿El suicida es un loco y hay que
curarlo? ¿Se puede tener náusea de la vida? ¿El suicidio es una acción egoísta?
Trataremos de dar respuesta a estos interrogantes, mostrando el otro lado de la
muerte voluntaria, para darnos cuenta por qué algunas personas se suicidan y
por qué tal decisión no los convierte en monstruos, sino sólo en la muestra de
una vida diferente.
Palabras clave: suicidio, locura, hastío,
fracaso, mensaje
In this paper it is intended to take distance from the
classic definition of suicide in order to go towards a look centered on the
subject. Is the person about to commit suicide an insane person? Does he need a
cure? Is it possible to feel sick of life? Is suicide a selfish action? These anwers are looked
for a long this paper in a attempt to show the other side of Voluntary
death, to understant why some people commit suicide and how this decision
doesn't become them monsters, but it shows other way to consider life.
Trataremos de comprender la situación del
suicida y su deseo de morir, intentando describir desde afuera lo que
posiblemente sucede al interior de su vida, sobre cómo experimenta el
sufrimiento en carne propia, el fracaso total de la existencia que lo lleva a
darse muerte, producto de un sentimiento de hastío, por el cual, aunque lo
intente, no logra encontrar un sentido para vivir. Para lograr nuestro propósito, acudiremos
especialmente a Jean Améry (Hanns Chaim Mayer), el cual, en su obra "Levantar la mano sobre uno mismo" Discurso sobre la muerte voluntaria, hace una replica ante la concepción tradicional del suicidio, tratando de acercarnos a lo que podríamos llamar La mirada del suicida a aquella forma diferente de ver el mundo y comprender la vida y la muerte, una
visión que la mayoría no puede entender. A partir de todo lo anterior
trataremos entonces de responder a una pregunta concreta: ¿por qué la gente se
suicida?
Tratar de explicar la perspectiva del suicida
Améry
afirma, en principio, que aquellos que se suicidan prueban algo: que la vida no
es el bien supremo, como normalmente se cree. Sin embargo, al llevarnos a tal
conclusión, ellos mismos caen en una contradicción del tipo: "muero,
luego soy. O bien: muero, luego la vida y todos los juicios posibles
no son válidos. O bien. -muero, luego fui, por lo menos en el momento
anterior al salto, necio de mí, lo que no pude ser porque la realidad me lo
negó…" (Améry, 2005:36). Esta paradoja nos permite acercarnos a la
perspectiva del suicida, al enigma que comprende el porqué de su acto, el cual
se muestra como algo ilógico, como una acción que va en contra de la lógica de
la vida.
Si queremos llegar a entender la
realidad del fenómeno suicida, nos dice Améry, tenemos que dejarnos envolver
por el absurdo y por la contradicción, pues sólo a través de esos lentes
accedemos a la perspectiva del suicidante (aquel que se da muerte a sí mismo) y
del suicidario (aquel que quiere suicidarse, tanto si lo desea realmente o si
solamente quiere llamar la atención); ya provistos de esa nueva visión, podemos
volver sobre un acontecimiento fundamental y necesario para comprender este
tema: la muerte. Tanto
aquella muerte de la que sabemos que algún día vendrá, como la muerte
voluntaria son nuestro campo de reflexión. La primera describe una muerte
"natural" hacia la cual nos vamos dirigiendo normalmente en la medida
que envejecemos, en la medida que el cuerpo se va deteriorando. A esta, aunque
sabemos que es inevitable, le tenemos un inmenso miedo y la evitamos en toda
conversación. Sin embargo sabemos que es la posibilidad suprema, que está por
encima de todas nuestras posibilidades, aunque sea para eliminarlas. La
segunda, se refiere a una muerte súbita que se considera socialmente como
"antinatural", ya que no se permite que la naturaleza obre por sí
misma, que los procesos biológicos se cierren y que las funciones corporales
cesen, sino que la persona, por mano propia, decide adelantarse, unos con más y
otros con menos conciencia de lo que hacen, lo cierto es que aquel salto es producto
de un peso insoportable. El suicida pone en evidencia la composición lógica del
sujeto que no es más que una contradicción: ser/no-ser. Aquel que se da muerte
trae a la fuerza a ese no-ser y por eso cae en el sinsentido, se convierte en
un ser del sinsentido, pero no en un loco. Hay que sacarnos de la cabeza que
todo aquel que se suicida es un enfermo mental y que es una obligación curarlo.
En palabras de Améry:
Cuando alguien
provoca con violencia este no-ser, se convierte en ser humano del sin-sentido.
Del sin-sentido, no de la
locura. Quien da el salto no necesariamente se ha hundido en
la locura, ni siquiera está en todos los casos “trastornado” o “perturbado”. La
inclinación a la muerte voluntaria no es una enfermedad de la que uno haya de
ser curado como de las paperas (Ibíd: 39).
¿Todo
suicidario está loco y hay que curarlo?
Generalmente
se cree que cualquier persona que haya intentado suicidarse o tan sólo haya
pensado en la posibilidad remota de hacerlo, tenga algún tipo de locura, pues
no es correcto (para la sociedad) pensar esas cosas. Es cierto que muchos
suicidantes y suicidarios se han encontrado vinculados a algún desorden
psiquiátrico, pero en la mayoría de los casos no hay una desconexión total de
la realidad, una pérdida de la conciencia; es
decir, como la persona sabe lo que quiere hacer (suicidarse), la sociedad cree
que necesita ser convencido de que quiere hacer otra cosa (vivir). La sociedad,
entonces, piensa que está obligada a “curarlo”, “ya sea mediante parloteo
psicoterapéutico, mediante electrochoques, o mediante quimioterapia, y si todo
esto no ayuda, encerrándolo de vez en cuando. Una vez en la torre de los locos
resulta invisible, no molesta; además, está tan bien vigilado que le será
imposible llevar a cabo con éxito la muerte voluntaria…” (Ibíd:65). Pero lo que
saben los especialistas es sólo lo que ven de afuera, sólo el suicidario
entiende su tragedia, vive su propio sufrimiento y conoce su verdadera
situación.
Améry no está de acuerdo con esta
supuesta obligación social de “curar” al suicidario; es más, la considera un
delito, ya que cualquier medicación o tratamiento que se le imponga a la
persona, que ya de por sí es diferente (por la forma en que concibe la vida y
la muerte), en otro aún más diferente: un yo impuesto. Después del tratamiento
psiquiátrico o psicológico, el suicidario se convierte en el “producto
cuestionable de una intervención externa que le enajena de sus propios
intereses” (Ibíd: 66). No es lo mismo sacar un apéndice o una muela que
combatir la depresión y la
melancolía. Lo primero es algo
externo y necesario que sólo afecta y beneficia al cuerpo, aunque no cambia la
identidad de la persona, pero cuando se impide “un proyecto de muerte
voluntaria, se daña la res cogitans, se le causa un daño peor que el que
pueda jamás causar el estado anímico más sombrío” (Ibíd). Que aquel que se cree
curado agradezca por la medicación que le hace ver el mundo de color rosa (que
lo hace encajar de nuevo en la lógica de la vida) no significa nada,
simplemente que ha sido obligado con choques eléctricos o con sustancias que
alteran su funcionamiento neuronal, a decir lo que la mayoría quiere ¿Cuándo se
ha visto a un torturado que al final no cante?
De acuerdo a lo anterior, nos
encontramos en medio de un conflicto entre el individuo y la sociedad, del cual
la segunda siempre sale vencedora. Sin embargo, aquel que es capaz de rechazar
la ley impuesta por la mayoría, ya que se da cuenta que es mucho más que un
simple individuo que sirve a la sociedad, y que comprende la diferencia entre
la manera en que se siente y la manera en que los demás creen que se siente y
cómo consideran que debería sentirse; no negaría que la vida es un valor
supremo para esa mayoría, aunque no lo sea para algunos pocos. Podríamos
preguntarnos, entonces: ¿es obligatorio vivir? Para Améry, existe una voluntad de vivir equivalente al
instinto de conservación que nos lleva a mantenernos con vida. Esta voluntad
tiene tanta fuerza que, aunque no encuentra solución al absurdo de la vida,
puede reprimirlo. Los que obedecen tal voluntad,
actúan “según la naturaleza”; pero los que no lo hacen, son considerados
locos y criminales. ¡Hay que vivir! Pero ¿qué pasa si algunos no quieren?
Inclinación a la muerte
Cuando intentamos acercarnos a la
situación de aquellos que quieren suicidarse (o que ya lo han hecho), queriendo
comprender por qué lo hacen, nos encontramos con la teoría de la pulsión de
muerte de Freud, según la cual, existe en el interior de la persona algo
que la mueve en contra de la conservación de la vida (pulsión de vida) y tiende
a la destrucción. Ambas pulsiones se
encuentran siempre en conflicto, aunque en la mayoría de las personas, la
pulsión de vida es la
dominante. Pero si primero analizamos la expresión
"pulsión de muerte", nos damos cuenta que una pulsión siempre se
dirige hacia algo (no al vacío, sino al ser del sujeto), como si se tratara de
un proceso de lucha interior que va llevando a la persona a una degradación
continua y progresiva de su ser, es decir, que la vida misma se vaya dirigiendo
"naturalmente", en medio de esa degradación hacia la muerte final,
pero allí no media la elección del
sujeto sino la determinación del subconsciente que lo lleva a actuar. Sin
embargo, en el caso del suicidio derivado de una náusea de la vida se niega la
necesidad de existir. Pero esto está más relacionado con la experiencia de los
años, con el pasado, con un futuro que se considera incierto y con el proyecto
existencial de la persona que, finalmente, culmina con la elección consciente
de darse muerte, la cual toma a la luz de los anteriores. Améry propone un
concepto alternativo al de Freud y que puede estar más acorde con la realidad
del suicidario, y este es, la inclinación a la muerte. Inclinación
es bajar la cabeza, inclinarse hacia abajo, pero también indica declinación
hacia otra cosa (a la vida). La inclinación a la muerte se presenta como una
manera de huir del sufrimiento profundo que tenemos en la vida. De esta forma, no
sólo es una pulsión de muerte la que nos lleva a actuar involuntariamente en el
suicidio, sino también una inclinación permanente en nuestra historia personal
por la cual sentimos la necesidad de elegir la muerte. Así , la muerte
voluntaria, para Améry, es mucho más que un simple acto de autoaniquilación,
"es un largo proceso de inclinarse hacia abajo, de acercamiento a la
tierra, una suma de muchas humillaciones que no pueden ser asumidas por la
dignidad y la humanidad del suicidario..." (Ibíd:82).
El échec y la
náusea de la vida
Améry utiliza el término échec (fracaso), para describir el
fracaso total que experimenta aquel que quiere suicidarse, una especie de
muerte en vida en la cual la persona se siente desechada por el mundo. En
principio, uno puede vivir en el échec, sin
dignidad, de forma deshonrosa y semi-humana, por eso algunos piensan que la
única forma de terminar con aquella sensación de desesperanza es la muerte
voluntaria. Sin embargo, no solamente el suicidante y el suicidario sufren de
la experiencia del échec, sino que
éste se encuentra como una amenaza escondida en el fondo de toda vida humana.
La amenaza del échec se hace evidente
en el propio proyecto de vida, en la experiencia personal: se trata de quedar
colgando de una cuerda frágil con peligro de caer en el abismo y, sin embargo,
nadie puede ayudarme, nadie puede entender completamente tal sentimiento; no
puede ser explicado, sólo puede ser vivido. Cuando el échec se presenta como una amenaza constante, en el fracaso, la
enfermedad, la bancarrota, el desamor, el miedo; el suicidio se convierte en
una promesa y la muerte natural, en el échec
máximo, dado que, como dice Sartre: "la muerte nunca es lo que da su
sentido a la vida: al contrario, es lo que le priva por principio de todo
significado. Si debemos morir, nuestra vida no tiene sentido porque sus problemas
no reciben ninguna solución y porque el significado mismo de los problemas
sigue siendo indeterminado” (Sartre, 1993: 562). La muerte natural nos dice de antemano que todo nuestro
mundo, los proyectos que hemos formado e incluso el sentido que le hemos dado a
nuestra vida se perderán. Por eso dirá el suicidario que es mejor adelantarse,
enfrentarse al échec último para ser
por lo menos el autor de dicho acto y no esperar pasivamente y por muchos años,
la salida de aquel fracaso que lo carcome.
El mensaje suicida: necesidad del otro
Para Améry, aquello que iguala y que
unifica todos los proyectos suicidas, tanto de aquellas personas que lograron
darse muerte como las que fueron "salvadas", "recuperadas"
para la lógica de la vida, no es la simple llamada de socorro que el suicidio
simboliza, sino el mensaje. Dicho mensaje es enviado incluso justo antes de dar
el salto, y a pesar de que ya hemos renunciado a la vida, todavía nos
preocupamos por el otro. El mensaje suicida es la conexión con el otro que
siempre nos acompaña. Así, “el suicidante se da la muerte junto con el otro a
quien interpela con su mensaje. Así deja que el mundo se hunda, el mundo que
era, o no, su “representación”, el mundo que poseía” (Améry, 2005:111). Aquel
mundo de significados y relaciones que había construido se desintegra y pasa a
ser sólo una cosa, un recuerdo en la memoria de otros. Pero muere acompañado de
su destinatario, con él comparte sus motivos, sus tristezas, agradecimientos,
disculpas y el estigma que lleva al cuello y con el cual salta al vacío. El
propio acto suicida se convierte también en un mensaje, porque ni siquiera el
suicidario, aquel que pensamos que es la persona más solitaria del mundo, puede
renunciar al otro. Se suicida con el otro.
El suicidario no es un enfermo
La psicología y la psiquiatría han
menospreciado fenómenos como el échec y
el hastío del mundo, calificándolos como enfermedades, presuponiendo que las
enfermedades son una vergüenza. Sin embargo, y a pesar de esta posición, cuando
una persona intenta el suicidio, es su propio pasado el que se presenta como
algo maligno. Se suman todos los fracasos de su vida en el sentimiento del échec
y esto le impide seguir viviendo. Todas las humillaciones y esperanzas
frustradas lo llevan a tener miedo de un futuro incierto en la no-existencia. Pero ,
pregunta Améry: ¿Hasta qué punto está enfermo el melancólico, el depresivo o el
suicidario? A lo cual, él mismo responderá que los límites de la salud
psíquica, física y de aquello que llamamos enfermedad, se definen siempre en un
tiempo específico en cada sociedad. Particularmente, la enfermedad mental
debería ser comprendida como un desprendimiento de la realidad que lleva a la
persona a hacer juicios equivocados. En ese sentido, no podemos considerar enfermos
a los suicidas, simplemente son diferentes, como lo afirma Améry: "El
depresivo o el melancólico para quien “el pasado es infame, el presente
doloroso, el futuro inexistente”, tal como describe su estado el profesional,
es un enfermo tan poco enfermo como el homosexual. Simplemente es diferente"
(Ibíd: 64).
Conclusión
Si
tratamos de responder de nuevo a la pregunta: ¿por qué la gente se suicida?
Podemos decir primero por qué posiblemente no lo hacen: no lo hacen porque sean
locos, pues la mayoría sabe cuál es la consecuencia de su acción, actúan
conscientemente. En ese sentido, no es el inconsciente el que arrastra al
suicida hacia el abismo de forma involuntaria, sino que, en algunas personas,
se trata de una inclinación permanente de su historia personal que las lleva
libremente (unas más consientes que otras) a elegir la muerte voluntaria,
sienten la necesidad de hacerlo, ya no pueden más. Su dolor supera la voluntad de vivir, la cual ya no es
capaz de disfrazar, de esconder el absurdo de su vida. Podemos decir que la
gente no se suicida de forma egoísta, buscando reconocimiento o exaltación por
parte de los demás, pero nunca se desprende del otro y quiere rescatar ese
vínculo hasta el último momento. De acuerdo a lo anterior, se hace evidente que
el suicida no es un enfermo o un anormal, es sólo la clara muestra de que la
vida y la muerte pueden ser entendidas de otra manera, los suicidas han
descubierto que, para ellos, vivir o no vivir no es una obligación, sino una
elección personal.
Así,
aunque la muerte voluntaria nos parezca irracional, se presenta como un acto de
liberación para el suicidario, pero que ante todo niega un estado de opresión
que carcome la
existencia. Y , aunque toda libertad de algo es libertad para
hacer algo más, en el suicidio podemos librarnos de algo (del échec y del hastío de vivir) sin pensar
en un "¿para qué?" Esa liberación que muchos han elegido, es
"una afirmación de dignidad y humanidad dirigida contra el ciego dominio
de la naturaleza"(Ibíd: 130).
Podrá seguir leyendo sobre el tema en:
http://reflexionesmarginales.com/3.0/cioran-el-suicidio-como-proyecto-de-vida/
Bibliografía
Améry, Jean (2005). Levantar la mano sobre
uno mismo. Discurso sobre la muerte voluntaria. Traducción de Marisa Siguan Boehmer y Eduardo Aznar Anglés.Valencia: Pre-textos.
______ (2001).
Revuelta y resignación. Acerca del Envejecer. Traducción
de Marisa Siguan Boehmer y Eduardo Aznar Anglés.Valencia: Pre-textos.
Gonzáles Rivera, Pilar(2009). Comentario sobre Levantar la mano
sobre uno mismo, de Jean Améry. Desde
el Jardín de Freud Nº.9, pp. 23-29.
Sartre, Jean Paul
(1993). El ser y la nada.
Traducción de Juan
Valmar. Barcelona: Altaya.
¿Por qué la gente se suicida? La otra versión. Ariel.
Revista de Filosofía. Montevideo,
Uruguay. Nº. 15. Noviembre 2014. pp. 47-51. Disponible en:
http://issuu.com/revistadefilosofiaariel/docs/filosofia_del_uruguay__revista_arie/1
Presentado: 5/10/2014. Aprobado arbitraje: 20/10/2014.
Libro: El suicidio como recuperación de la subjetividad. Ediciones Analéctica Co-Edición Internacional Academia Libre y Popular Latinoamericana de Humanidades & Editorial Abierta FAIA. Chile-Argentina 2015. ISBN-13: 978-1514772874 ISBN-10: 1514772876
http://www.editorialabiertafaia.com/
http://www.editorialabiertafaia.com/libros/El%20suicidio%20como%20recuperacion%20de%20la%20subjetividad.pdf